Podría suponerse que la sonrisa que se regalaron era una cortesía propia de los extraños. Nunca antes se habían visto y el azar quiso que fuera hoy, el día en que se encontraran sus miradas y una sonrisa simultánea, llena de curiosidad y miedo, atravesara esos labios que una hora después se harían beso, saliva y caricias.

- Te lo haré uno tan pequeño que tendrás que llamarme de nuevo a tu mesa - dijo ella sellando el pacto sagrado que hace de dos extraños los próximos amantes.
Lo que duró la velada fue un ir y venir de señales y de fantasías. La mujer de la mesa seis que pedía cualquier cosa con tal de tener frente a ella a la mujer que atendía y que, etérea y sublime, le llevaba con cada copa una mirada cómplice, un guiño de los labios, un roce de las manos, el descubrimiento del escote, el aroma de la piel, el perfume del deseo.
Por fin, cuando ya era imposible dejar de acercarse mutuamente y esas mujeres se convirtieron en un solo alarido de sábanas y espejos, llegó la cita y el alivio. Exactamente una hora después de la primera mirada, las dos amantes se besaban, se entrecruzaban y se envolvían en el infinito aliento de los dioses que el ser humano sólo alcanza a llamar deseo.
Entre las dos, yo, que hasta ese momento había sido vil cómplice y espectador, sólo me deje estar entre las amantes y pedía a cualquier deidad despierta que nunca llegue la mañana, que el sueño final me sorprenda justo ese momento en que sentía dentro de mi piel el sudor y el silencio de sus piernas tocándose encima de las mías. Y la mañana no llegó jamás.
Xavier Jordan A. é escritor e vive em Cochabamba, na Bolívia.